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trastorno de duelo
prolongado
madgalena petroni


02.06. — 06.07.22
centro histórico, cdmx

          
artista
Magdalena Petroni



Ciclo de vida: Nacen, crecen, se reproducen, y mueren. Pero, lo que queda escondido bajo la ideología del Lion King el tapete es lo que no es ni vivo ni muerto sino todo lo contrario. Por ejemplo: los virus. Reproductores yermos, pueblo Zombi originario. Al preguntarle a Google “¿por qué los virus no son seres vivos?” el buscador nos presentará al inicio de la pantalla una respuesta sucinta: “Algunos científicos sostienen que los virus no pueden considerarse seres vivos y es mejor verlos como material genético independiente que no puede replicarse por sí solo y tiene que secuestrar a una célula hospedadora.”

Pero dejemos por el momento las delicadezas de lo viral y regresemos por un instante al mundo bio-normado de lo vivo y lo muerto, —o más específica- mente, las interfases existentes entre ambos. Entrado el siglo XXI, dos métodos parecen ser los dominantes en organizar la relación entre ambos mundos. Hay, por un lado, un milenario procedimiento de convocar a la energía de lo perecido a través de rituales hechos de incienso, altares, y libros de historia patria. Por otro lado, existe también la técnica centenaria de reformar la materia de lo muerto, secuestrando al aletargado petróleo de su estado inerte para torturarlo molecularmente y transformarlo en bienestar hecho de cubetas, microscopios, condones, carriolas. Detrás de esta meta- morfosis viene un tercer intercambio. Uno de colonización plástica, de plastificación biónica. Estudios recientes han detectado la circulación generaliza- da de pequeños trozos de petróleo torturado—elegantemente bautizados como microplásticos—en heces, cabellos, y sangre de humanos.



vistas de instalación



En cada vena un oleoducto, en los intestinos yacimientos petroleros. ¿Si pudiéramos juntar todos los microplásticos nadando en fluidos humanos, cuántas Barbies podrían ser producidas para la infancia del mundo?

Aunque, siendo sinceros, cabría preguntarse también cuánta niñez podrá ser producida para las Barbies del mundo dada la crisis de fertilidad que se expande con silencioso pudor en estos tiempos auspiciosos. Hoy se calcula que el conteo de esperma en el semen de los hombres es la mitad que el de hace cincuenta años, y se identifica también a la aparición de microplásticos en nuestros tejidos como uno de los responsables de esta crisis de octanaje reproductivo. El petróleo nos aleja de los vivos y nos acerca al carácter bioqueer de los virus: Si aquellos se reproducen pero no viven, los humanos parecen abandonar el dominio de lo vivo al vivir sin poder reproducirse.

Las obras de trastorno de duelo prolongado parecen ser suaves conmemoraciones de esta transición, como si capturaran el clímax de una leyenda clásica no escrita que contara la historia de la transición de los humanos del mundo de los vivos al limbo de los virus.

Sergio Galaz




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Mientas me baño acostada en la ducha, porque estoy muy cruda y cansada para estar parada, veo como la espuma blanca del shampoo sale de mi pelo negro en forma de venas y se escurre rápido por la rejilla cromada para descender por la cañería de vuelta a lo profundo de la tierra. Imagino que ese shampoo está ansioso por regresar al interior de la tierra, a la oscuridad. Reencontrarse con esos ríos negros de petróleo que yacen violentos debajo nuestro.

Exhausta y media dormida, sintiendo el agua caliente que cae encima mío, pienso por qué otra vez trabajo a este ritmo, por qué sigo multitud de proyectos, muchas cosas que hacer, mil cosas a la vez, fragmentada en mi tiempo y en mi sentir dejando que el capital tome tiempo de mi tiempo y lo recom- bine. ¿Por qué asumo que ser una artista contemporánea tiene que ser así? Mientras me voy quedando dormida, mis ideas se hacen un espiral. Me pregunto si las obras que yo supongo que estoy produciendo en verdad se están autoproduciendo a ellas mismas. Si la materia tiene voluntad propia, sus propios recuerdos y su propia cosmovisión. Me pregunto si todos los materiales que uso saben que vienen del petróleo, si guardan esa memoria, si comparten la misma noción de origen primiti- vo. Me siento vampirizada por mi propia obra, por el petróleo, que está utilizando mi sangre y mi tiempo para autoproducirse.

"Hace exactamente tres meses el DSM-V* incorporó el diag- nóstico de trastorno de duelo prolongado", leí en el Instagram de orgullo loco. Esta patología se pensó para describir a la población que está incapacitada, sufriendo y rumiando un año después de una pérdida, y que se encuentra incapaz de retomar sus actividades. Las porfirinas es una sustancia que se encuentra en la sangre humana, pero también en el petróleo, leí en ciclonopedia. Esa idea me parasitó el cerebro. Googleé un día entero sin encontrar mucha más información. ¿Y si nuestra sangre también siente una atracción por el petróleo?, y ¿si mi pulsión de muerte está directamente relacionada con esto? Como si mi sangre sintiera un magnetismo por esos ríos negros y deseara volver a ese todo. Morir, descomponerse, depositarse en una roca y reencarnar en petróleo.




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Trato de imaginarme cómo habrá sido descubrir que la tierra no es el centro del universo, ni siquiera el centro de nada. No solo descubrirlo, sino decirlo públicamente. Tener que avisarle a todo el mundo que la tierra no es el centro de nada, y no solamente eso, sino que no existe un centro, que todo es un caos infinito, sin jerarquías y sin sentido aparente. ¿Qué hubiera pensado yo, al escuchar eso, enterarme de ese caos absoluto? Ese dato que cambiaba toda una forma de pensar, o que por lo menos debería haberlo hecho. ¿Será que ese es nuestro duelo? ¿Sufriremos un duelo prolongado por la idea de centralidad perdida? Darse cuenta de esto tal vez es seme- jante a entender que el hombre no es el centro, ni es el único que posee una cosmovisión. Permitir la existencia de otras cosmovisiones, como la del Petróleo. No únicamente nosotros pensamos la tierra, sino que la tierra nos piensa a nosotros, el petróleo nos piensa. Así como nos piensa nos puede manipu- lar. El petróleo fue expandiéndose durante años hasta el punto de hacernos ultra dependientes de él. Desde que se autocreó como un sol negro muerto y subterráneo, generando guerras y más muertes para asegurar su futuro y regenerarse al infinito. Como el lubricante telúrico del capitalismo. Lubricante siempre me pareció una palabra muy sexual. Lubricantes que también están hechos con petróleo. Salgo de la ducha en modo automático, más confundida que antes. Vuelvo a trabajar esclava de mi propia obra.

Magdalena Petroni







texto de sala
Sergio Galaz
Madgalena Petroni


curaduría
Hernán A. Cortés

diseño editorial
Romain Roy-Pinot

agradecimientosFranco Basualdo
Sergio Galaz
General Expenses


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